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Sobre mi Obra

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Uno de los grandes  problemas que enfrenta la humanidad actual es la banalización de la vida, la superficialidad con que el mundo asume los retos o desafíos, y al mismo tiempo, esta banalidad generalizada nos hace creer omnipotentes delante del “otro”, mientras el mundo cada día está más desequilibrado. Uno de los caminos, quizás más importantes, para enfrentar ese mundo caótico en el que se vive es a través de la vida artística: el Arte como un vehículo de la espiritualidad y posibilidad de belleza y verdad, buscando generar una respuesta desde el punto de vista espiritual, estético e intelectual de cara al futuro.

Mi pintura es, ante todo, la expresión plástica de mi experiencia personal de una vida donde lo divino entra en juego en la dinámica de las relaciones humanas. Y, más allá de las influencias que en ella se encuentren, no del todo ecléctica, cada recurso técnico o compositivo no son arbitrarios sino elegidos, tomados de aquellos estilos en los que veo que se resuelve lo que yo quiero contar, por eso los empleo en mis trabajos.

 

Mi imagen, al ser del tipo “simbólica”, necesita de la figuración y de la iconicidad para ser explícita, pedagógica. Es el simbolismo mismo el que se apoya en una imagen con un alto grado de referencia a lo real, siendo esta misma relación (pintura - realidad) un símbolo y un presencia al mismo tiempo. Porque la figura es el símbolo mismo no un elemento que lo acompaña, y es su iconicidad la que da sentido al símbolo y a la vez lo explica.

De otra manera me sería imposible "contar" aquello que siento o vivo. Es esta analogía: realidad - símbolo, la que por sí sola se encarga de transmitir el significado más íntimo de lo pintado y que va más allá de su mero parecido con lo real.

 

Ayuda a la composición ese “aire barroco” que poseen las formas, paños con exceso de pliegues o montañas formadas por un sinnúmero de piedras pequeñas, donde el trazo se forma por los contrastes de las figuras iluminadas y los fondos oscurecidos. En momentos parece que las figuras se desprenden, acusadas  por un contorno definido, pero luego, ese mismo contorno, es disimulado o desaparecido por el color del objeto siguiente.

En este juego de formas cerradas y abiertas, el tratamiento naturalista de cada una de ellas posibilita la identificación del objeto en un continuo alternar entre modelado y modulado.

La luz juega aquí un papel preponderante. Al igual que en el Barroco, donde se intenta poner un énfasis dramático a las luces y sombras a través de una poderosa luz dirigida y que trae aparejado el que las figuras se presenten en un riguroso relieve contra fondos fuertemente ensombrecidos.

Esto da a cada trabajo un aire escenográfico, agudizado por el espacio profundo que a veces se torna indeterminado por el uso de grandes masas de oscuridad, que obliga al observador a moverse en la incertidumbre de qué es lo que se encuentra atrás y dónde se hallan los límites de las formas que en él se funden.

Toda la construcción teatral del espacio se apoya decisivamente en el gran contraste de valores, que supera incluso lo limitado de la paleta.

Los símbolos se traducen a partir de la figura misma, es por eso que ella sola, a partir de su referencia con la realidad, sea la que hable. De esta manera la pincelada oculta y la textura homogénea ayudan a la exaltación de la forma y no el gesto que imprime el pincel.

 

Es recurrente el tema de la aridez, representado por rocas superpuestas. Esta “aridez espiritual” evoca el mismo sentimiento de alienación y vacío que plasmaron con nostálgica expresividad los Simbolistas de finales del siglo XIX. Es ahí donde el contraste figura-fondo no existe sólo en lo formal, sino que pasa a ser parte del lenguaje simbólico. La figura se presenta como vida, como voluntad de superación, como un “acto de amor” por encima del dolor propio o ajeno.

 

Pueblan mis pinturas seres desnudos o revestidos con paños haciendo alusión a una edad antigua, o a “un tiempo sin tiempo” que quiere remarcar un presente eterno y no un pasado muerto.

El juego de miradas es un símbolo de la inhabitación de cada “Yo”, que se pierde en el “Tú”, y se regenera enriquecido en esta “relación de amor recíproco” convirtiéndose en un “Uno” (“Nosotros”), plenificado por ese mismo amor.

Éstos y más símbolos pueblan cada obra, en algunas los elementos se repiten, pero el símbolo cambia, adaptándose a la situación.

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