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Tesis de la Licenciatura

Tesis de licenciatura en Pintura (fragmentos varios)
Realizada en septiembre de 1999


 

“UNO”

(“El Amor Trinitario entre los Hombres”)

Claudio Daniel Villarreal

Asesora: Susana Rocha


 

PRÓLOGO

 

            El enfrentar este Trabajo Final, fue ante todo un confrontarme conmigo mismo: quién soy yo. Y en este redescubrirme, me es imposible dejar de lado a Dios, con el cual mi relación tiende cada vez más a ser “trinitaria”.

            Este Trabajo Final quiere ser un reflejo de experiencias vividas por mí, convencido de que el destino de la vida de cada persona y de la historia toda, consiste en vivir cada vez más como Dios, para vivir cada vez más en Dios.

 

            “Yo he sentido que he sido creada como un don para el que está a mi lado y el que está a mi lado ha sido creado por Dios como un don para mí. Como el Padre en la Trinidad es todo para el Hijo, y el Hijo es todo para el Padre”... y “la relación entre nosotros es el Espíritu Santo, la misma relación que existe entre las personas de la Trinidad.”[1] 

 

            Este descubrimiento de la “Vida Trinitaria” se basa en mi participación activa y constante en el movimiento de los Focolares, cuyo fin último es llevar a cabo el “testamento de Jesús”: que todos sean UNO[2], y esto se logra viviendo conforme al “Mandamiento de Jesús”: ámense los unos a los otros como yo los he amado[3]. En estas dos frases está contenida toda la “Vida Trinitaria”, experiencia que realizan a diario miles de personas de toda edad y en todas partes del mundo.

 

[1] Chiara Lubich, en escritos espirituales/ 1, ed. Ciudad Nueva, Madrid, 1995, p. 135.

[2] Cfr. Jn. 17, 21

[3] Cfr. Jn. 13, 34

 

 

INTRODUCCIÓN

 

                “Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios.

                Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.

                EL que no ama, no ha conocido a Dios, pues Dios es amor.

                Envió Dios a su Hijo Único a este mundo para darnos la Vida por medio de Él.

                Así se manifestó el amor de Dio entre nosotros.

                No somos nosotros los que hemos amado a Dios sino que Él nos amó primero y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados: en esto está el amor.

                Queridos, si tal fue el amor de Dios, también nosotros debemos amarnos mutuamente.

                Nadie ha visto nunca a Dios, pero si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se dilata libremente entre nosotros.

                Dios nos ha comunicado su Espíritu; con esto comprobamos que permanecemos en Dios y Él en nosotros.

                Nosotros mismo hemos visto, y declaramos que el Padre envió al Hijo para salvar al mundo.

                Si alguien reconoce que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios.

                Nosotros hemos encontrado al amor de Dios presente entre nosotros, y hemos creído en su amor.

                Dios es amor.

                El que permanece en el amor, en Dios permanece, y Dios en él”.

 

(1 Jn. 4, 7-16)

 

He aquí la síntesis del concepto fundamental del Trabajo Final, bellamente descrito por el apóstol Juan con el deseo de ser explicativo y pedagógico más que meramente teológico.

El punto de partida para entender esto es el Amor, pero no el que conocemos habitualmente, sino aquel que es reflejo de Dios, que llega a nosotros como el corazón del Evangelio: “Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros”.[1]

En ese “como” se encuentra el secreto de la Trinidad. Nos amó hasta el abandono, hasta morir por amor, hasta hacerse nada.

Es por eso que no puede existir unidad trinitaria sin el mutuo “perderse” del uno en el otro por amor.

Pero, “así como en Dios la afirmación de las diferencias personales en su comunión de amor es, paradójicamente, la afirmación de su esencial unidad, así ha de ser analógicamente en nosotros. Aunque el Espíritu nos une unos a otros a imagen de la misma unidad Divina, no por ello nos confunde, nos anula o nos somete a uniformidad indiferenciada, al contrario (...) Así como en la Trinidad el Espíritu significa la superación de todo inimaginable egoísmo que tendiera a la absorción mutua de Padre e Hijo, así también entre nosotros la presencia del Espíritu hace posible toda pretensión de absorción, dominación o anulación del otro”.[2]

Actuando de esta manera: viviendo con los otros, para los otros, en los otros y gracias a los otros, es como se accede a un sentido trinitario de vida, lo cual nos transporta directamente al “seno” de Dios, de la Trinidad.

Toda mi experiencia espiritual está subjetivada en mi obra, a través de un juego de símbolos que van de lo universal a lo personal; donde la figuración y la iconicidad son medios importantes para explicitar de manera pedagógica este pensamiento espiritual en mi pintura.

 

[1] Jn. 13,34.

[2] El Dios trinitario y la unidad humana, en “Selecciones de Teología” 87 (1983) pág. 224.

 

 

 

CONCLUSIONES

 

 

Al Simbolismo de finales del siglo XIX llegaron muchísimos artistas enamorados por la ambigüedad de las formas, el ocultismo, el erotismo extravagante y la arqueología exótica. Querían ref1ejar en sus trabajos no la cosa en sí, sino el efecto que produce.

Ellos aportaron a las artes de fin de siglo su extremosidad y desesperación frente a la alienación que provocaba una Europa cada vez más materialista y deshumanizada, y evocaron en sus obras, ciudades legendarias rodeadas por un atmósfera mítica de ocaso.

El decadentismo reinante en la época los llevaba a experimentar sentimientos de exaltación, de éxtasis estéticos y búsqueda, centrando su atención en la representación nostálgica de formas exóticas y antiguas culturas.

Ante esto, y como reacción, perseguían a través de la forma expresiva la transformación de la realidad en una nueva belleza ideal, poblada de sensaciones e imágenes simbólicas herméticas.

 

]  Situándome en un momento histórico similar (fin de siglo, fin de milenio) y en referencia al tema de mi trabajo, lo que quiero expresar es mi experiencia personal de una vida donde lo divino entra en juego en la dinámica de las relaciones humanas.

En ella se pueden ver seres revestidos con paños haciendo alusión a una edad antigua, o a un tiempo sin tiempo que quiere remarcar un presente eterno y no un pasado muerto.

Debo agregar que mi pintura es, más allá de las influencias que en ella se encuentren, del todo ecléctica, cada recurso técnico o compositivo no son arbitrarios sino elegidos, tomados de aquellos estilos en los que veo que se resuelve lo que yo quiero contar, es por eso que los empleo en mis trabajos.

Sin duda, mi obra posee un carácter individual, ajeno a cualquier movimiento artístico presente o pasado.

 

]  Mi imagen al ser del tipo simbólica necesita de la figuración y de la iconicidad para ser explícita, pedagógica. Es el simbolismo mismo el que se apoya en una imagen con un alto grado de referencia a lo real, siendo esta misma relación (pintura - realidad) un símbolo de lo divino en lo terreno. Porque la figura es el símbolo mismo no un elemento que lo acompaña, y es su iconicidad la que da sentido al símbolo y a la vez lo explica.

De otra manera me seria imposible "contar" aquello que siento o vivo. Es esta analogía: realidad - símbolo, la que por sí sola se encarga de transmitir el significado más íntimo de lo pintado y que va más allá de su mero parecido con lo real.

 

]  Mediante una composición plural y dinámica se intenta dar una apariencia de tensión al estilo barroco, dibujándose sobre la tela una profusa variedad de diagonales, algunas que van de un extremo al otro del cuadro y entrelazándose fuertemente con elipses - que el Barroco utilizó en reemplazo del círculo para dar mayor idea de movimiento - marcadas direccionales serpenteantes, que sobre el plano denotan  una “S” por la cual el ojo del espectador puede recorrer todos los elementos de la composición como si estuvieran unidos por un lazo invisible.

Ayuda a la composición ese “aire barroco” que poseen las formas, paños con exceso de pliegues o montañas formadas por un sinnúmero de piedras pequeñas, donde el trazo se forma por los contrastes de las figuras iluminadas y los fondos oscurecidos. En momentos parece que las figuras se desprenden, acusadas  por un contorno definido, pero luego, ese mismo contorno, es disimulado o desaparecido por el color del objeto siguiente.

En este juego de formas cerradas y abiertas, el tratamiento naturalista de cada una de ellas posibilita la identificación del objeto en un continuo alternar entre modelado y modulado.

La luz juega aquí un papel preponderante. Al igual que en el Barroco, donde se intenta poner un énfasis dramático a las luces y sombras a través de una poderosa luz dirigida y que trae aparejado el que las figuras se presenten en un riguroso relieve contra fondos fuertemente ensombrecidos.

Esto da a cada trabajo un aire escenográfico, agudizado por el espacio profundo que a veces se torna indeterminado por el uso de grandes masas de oscuridad, que obliga al observador a moverse en la incertidumbre de qué es lo que se encuentra atrás y dónde se hallan los límites de las formas que en él se funden.

Toda la construcción teatral del espacio se apoya decisivamente en el gran contraste de valores, que supera incluso lo limitado de la paleta. Los colores giran entre los tierra y a la presencia, para nada arbitraria de colores cálidos, que intentan representar el color local de los objetos, cuyas sombras son realizadas - en sus mezclas - con sus complementarios más próximos.

Los símbolos se traducen a partir de la figura misma, es por eso que ella sola, a partir de su referencia con la realidad, sea la que hable. De esta manera la pincelada oculta y la textura homogénea ayudan a la exaltación de la forma y no el gesto que imprime el pincel.

Es recurrente el tema de la aridez, representado por rocas superpuestas. Esta “aridez espiritual” evoca el mismo sentimiento de alienación y vacío que plasmaron con nostálgica expresividad los Simbolistas. Es ahí donde el contraste figura-fondo no existe sólo en lo formal, sino que pasa a ser parte del lenguaje simbólico. La figura se presenta como vida, como voluntad de superación, como un “acto de amor” por encima del dolor propio o ajeno.

El fuego es la representación del Amor Divino concretizado.

El contraste marcado de luces y sombras refiere a las relaciones concretas entre lo sobrenatural y lo terrenal. La luz representada habla de una presencia de Dios que puebla al ser y lo encarna, que llena su vacío y lo hace “uno” con Él.

El juego de miradas es un símbolo de la inhabitación de cada ”Yo”, que se pierde en el “Tú”, y se regenera enriquecido en esta “relación de amor recíproco” convirtiéndose en un “Uno” (“Nosotros”), divinizado por ese mismo amor. Es una evocación de la Trinidad.

Éstos y más símbolos pueblan cada obra, en algunas los elementos se repiten, pero el símbolo cambia, adaptándose a la situación.

Toda esta interminable trama de relaciones donde el Amor es primordial y protagonista, intenta reflejar una vida humana que así vivida, “a la manera de Dios”, es por el cual este Amor nos transporta al seno de la Trinidad, haciéndonos “Uno” con ella que también es uno, por esta misma relación de Amor que existe entre las Personas que la componen.

Por último, nos encontramos frente al GRAN SÍMBOLO que es la presentación de la muestra. Un enorme prisma triangular que es la Trinidad, donde cada uno de sus lados esta formado por tres paños blancos suspendidos desde lo alto y que apuntan a lo divino y que unen lo humano simbolizado en los pliegues del extremo interior y que envuelven este “amor pintado”.

La arista central señala el cuadro que da nombre al Trabajo Final y expresa la meta de esta forma de vida.

Para ver la muestra, el espectador debe ingresar al “Triángulo”; de esta manera él, sin saberlo, se convierte en actor en esta alegoría de ser transportado al seno de Dios, de la TRINIDAD.

            

 

 

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