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Tesina del Posgrado

Posgrado Especialización en Medios y Tecnologías para la Producción Pictórica (Trabajo Final - Algunos fragmentos)


 

“Identitas”

Dialécticas arquetípicas en retratos

 

 

 

Alumno: Claudio Villarreal

Profesor tutor: Domingo Florio

 

INTRODUCCIÓN:

 

Es cierto que quien mira en el espejo del agua, ve ante todo su propia imagen.

El que va hacia sí mismo corre el riesgo de encontrarse consigo mismo.

El espejo no favorece, muestra con fidelidad la figura que en él se mira,

nos hace ver ese rostro que nunca mostramos al mundo,

porque lo cubrimos con la persona, la máscara del actor.

El espejo está detrás de la máscara y muestra el verdadero rostro.
 

C. G. Jung

 

Quienes y qué somos son planteos existentes en el hombre desde siempre.

La filosofía, las religiones y las distintas culturas han dado diversas respuestas a estos cuestionamientos a lo largo de la historia. Se adentraron en lo íntimo de la persona humana y extrajeron aquella característica que les pareció más relevante.

Estas, se fueron reflejando en las expresiones artísticas de cada tiempo, subrayando unas y ocultando otras, olvidando luego las primeras y develando las segundas. Para después volver de nuevo a empezar.

Paralelamente a estas manifestaciones culturales de carácter general, se fueron colando en el imaginario –tanto colectivo como individual– del ser humano, ideas, categorías e imágenes, que van a dar por sentado las respuestas a estas preguntas iniciales. Quizá muy pocos se ponen a reflexionar sobre estos temas. Las respuestas están dadas. Hace falta sólo utilizarlas.

Es así como para cada actitud y para cada apariencia tenemos siempre un mote, una etiqueta. Frutos, tal vez, del habituarnos a repetirlos o a derivados de la religión y las distintas tradiciones que en un inicio tuvieron un porqué, una razón de ser y hoy se vaciaron de contenido, manteniendo un nombre o una clasificación, lindando con los estereotipos y los prejuicios.

 

Es por eso que el propósito de este trabajo es analizar cuáles son las motivaciones que el común de la gente tiene al momento de “identificar” a los demás e “identificarse” a sí mismo.

A esta la guían los siguientes interrogantes:

¿De donde provienen las imágenes con las que se relaciona y define a los otros, desde las apariencias y las actitudes?

¿Por qué ciertas impresiones son comunes entre las personas, sin importar la diferencia de edad, género y cultura?

¿Qué será aquello que parece estar dormido en nuestro interior que aflora cuando nos paramos frente a los demás?

¿Son los otros un espejo en el cual nos reflejamos y nos vemos tal cual somos?

 

Los indicios que se encuentran sin buscar llaman la atención de quien observa. Los mitos antiguos, las imágenes religiosas, los cuentos populares, pueblan la imaginación de las gentes y parecen convertirse en referentes a la hora de “nombrar” al otro.

Será necesario adentrarse en el mundo de las imágenes arquetípicas para tratar de entender y de encontrar rastros de aquello que conforma nuestro modo de pensar y de juzgar.

En un primer momento, trabajaré desde el concepto de Arquetipo y de Imágenes Arquetípicas que se pueden encontrar en las diversas expresiones culturales, presentándolas como pares de opuestos.

De esta primera búsqueda, intentaré extraer la idea de Identidad presentándola en forma de retratos para poder acentuar la implicación del espectador con el tema, con la intención de tratar de confrontarlo con sus propios arquetipos, símbolos y, por qué no, prejuicios.

 Será necesario, también, detenerse en el trabajo de artistas puntuales, lugares geográficos determinados, puntos de encuentro –desde la historia misma- que se relacionen desde lo formal o lo conceptual con lo arquetípico. No sin antes ver, buscar, indagar y reflexionar sobre las imágenes pictóricas y/o fotográficas, no sólo de la publicidad y la moda, sino, por sobre todo, las artísticas. Sin olvidarnos, claro está, de aquellos que, sin crear imágenes, las habitan, las pueblan, las imaginan desde la pluma y, por sobre todo, con sus ideas.

 

 

 

DIALÉCTICAS ARQUETÍPICAS

 

LA SOMBRA Y EL ÁNGEL

 

Este concepto me atrajo rápidamente. Es, a mi entender, el miedo primigenio, sin forma definida. Es aquello que presentimos que está detrás de nosotros, debajo de la cama o dentro del armario.

Esta sombra es también una proyección de nosotros mismos:

 

El descubrimiento de la sombra, es decir, todos aquellos aspectos de nosotros mismos que hemos ignorado y rechazado -nuestra rabia, sexualidad o fragilidad. Jung sugiere que la sombra es un equivalente muy próximo del inconsciente reprimido de Freud y de lo que él llama «el inconsciente personal».[1]

 

Es por eso que al enfrentarme en la realización de la obra no quise que fuera una mera ilustración.

Necesité adentrarme mucho más en el significado de Sombra que encuentro en mí, sobre todo para poder encarar un retrato desde este aspecto. Fue entonces que conjugué la idea de Sombra (que nos está detrás, que nos persigue) con aquel que nos espía, que nos acecha, que parece querer asaltarnos en el momento en que nos descuidemos.

En relación con la mirada del otro, sería justamente la identificación con todo lo malo que poseemos y repentinamente descubrimos en el otro. De ahí nuestro rechazo, que más de una vez es inconsciente.

El retrato con forma de ángel es una interpretación mía. No existe el ángel como arquetipo propiamente dicho, sino que hay conceptos distintos que, transformándolos, uniéndolos, relacionándolos, nos podría llevar a la conformación de esta imagen.

Para la creación de esta obra, la imagen arquetípica que tomé fue la del Amigo:

 

 […] la amistad no es un concepto dualista sino unitivo. La mayoría de los arquetipos tienen su gemelo, su par, su opuesto. El equilibrio de género (Madre, Padre), la distribución de edad (Puer, Senex) y otras expresiones dualistas están ausentes en la amistad, donde dos o más amigos son virtualmente el mismo el uno para el otro. Por supuesto, hay diferencias individuales de raza/etnia, clase, edad, preferencias sexuales, género, etcétera, pero en la relación un amigo es un amigo.

[…] la amistad es una relación que atraviesa edades, géneros, preferencias sexuales, fronteras culturales, sociales y legales.

[…] la amistad es una relación inherentemente política. Algunos retroceden ante la idea de que sus intimidades sagradas no sean demasiado privadas para la política. Pero en la medida que la amistad es una noción plural capaz de transformar las estructuras que nos aíslan, contiene semillas del cambio social. No sólo somos amigos en el ambiente privado del hogar, sino bajo la luz de la polis, donde otros nos ven y son influidos por nosotros.

Por suerte, la amistad encuentra expresión en la liturgia y el amor, en el arte y el atletismo, en la comida y la moda […].[2]

 

Además, la idea del Ángel como Amigo va desde la infancia, especialmente en aquellos que hemos sido criados en el seno de una familia cristiana más o menos practicantes. La transmisión de la cultura Católica a través de madres y abuelas moldea en los niños las imágenes arquetípicas relacionadas directamente con lo mistérico, lo divino y la actualización de potencialidades humanas donadas (don) por la Gracia o la Providencia de Dios.

De ahí que la imagen del Ángel, que vive en el Cielo, por amor/amistad está siempre pendiente de nosotros y recorre grandes distancias para acompañarnos o asistirnos.

 

[1] DOWNING, Christine. ESPEJO DEL YO. Imágenes arquetípicas que dan forma a nuestras vidas. Barcelona: Kairós S.A. 1993.

[2] HUNT, Mary E. de la parte El Amigo. En: DOWNING, Christine. ESPEJO DEL YO. Imágenes arquetípicas que dan forma a nuestras vidas. Barcelona: Kairós S.A. 1993.

 

LA PROSTITUTA Y EL ALMA

 

En la cosmogonía de muchas culturas arcaicas la dualidad fundamental de la vida se asocia con las dos fuentes primarias de luz, el sol y la luna. Ejerciendo dominio sobre el cielo, alternándose en un ciclo diario de muerte y renacimiento, Sol y Luna representan históricamente los principios centrales de organización alrededor de los cuales se desarrollan muchos mitos de la creación y numerosos temas religiosos:

 

En nuestra cultura, el Gemelo Lunar tiende a fundirse en el ámbito de la sombra y sólo puede reconocerse en las proyecciones perjudiciales de los hombres. […] En las mujeres los hombres suelen idealizar atributos lunares, identificándolas como la quintaesencia de la «feminidad». Si el Gemelo Lunar permanece indiferenciado en la sombra de un hombre, le impedirá alcanzar una relación equilibrada consigo mismo y con otros hombres o mujeres.

Mientras el Gemelo Lunar reside todavía en la sombra, el Gemelo Solar ejerce un poder ilimitado sobre todos los contenidos oscuros de la sombra. El ego solar es, por definición, el poder de la luz sobre la oscuridad: no «ve en» la oscuridad de la sombra; simplemente borra la oscuridad, sustituyéndola por la luz.[1]

 

Si bien desde su origen, los gemelos siempre fueron identificados con el mismo sexo (especialmente el masculino), con la aparición de la cultura griega estos gemelos tomaron la identidad de los masculino y los femenino como oposición y como complemento, dotando a la Luna de las características femeninas y al Sol de las masculinas.

Tradicionalmente, lo lunar - asociado a la intuición, a lo místico, a la hechicería, a lo emocional, a lo oculto, a la locura, como características negativas - pertenecía a la esfera de lo femenino. Mientras que lo solar - claridad, inteligencia, voluntad, fuerza, vida - estaba relacionado directamente con lo masculino.

A la hora de enfrentar la realización de esta obra suplanté la dualidad grecolatina que presenta ambos sexos y decidí que vuelvan a ser de un mismo sexo, pero, esta vez, el femenino. Sumando al mismo género las características de ambas polaridades primarias, ya sea en positivo como en negativo, creando así la imagen de la femme fatal, que seduce y que mata, y la del alma, pura, ingenua, bella, conectada directamente con las bondades de la naturaleza.

Para definir cada imagen me basé en los mitos clásicos que relatan a Medusa la cual identifiqué con la Gran Prostituta[2] bíblica, y a Psique con la belleza profunda y pureza del alma.

 

[1] TEICH, Howard. de la parte Los gemelos: una perspectiva arquetípica. En: DOWNING, Christine. ESPEJO DEL YO. Imágenes arquetípicas que dan forma a nuestras vidas. Barcelona: Kairós S.A. 1993.

[2] “[…] y en su frente un nombre escrito, un misterio: BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA.

Vi a la mujer ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús; y cuando la vi, quedé asombrado con gran asombro.” Apocalipsis 17, 5-6.

 

 

EL DIABLO Y EL CHAMÁN

 

El tercer díptico presenta otra clase de opuestos, casi extremos.

El Diablo entraría también a formar parte del concepto de la Sombra, el anti-Yo o el “lado oscuro” del Yo. Pero acá no vendría a significar aquello que es parte de nosotros y que queremos dejar a un lado, sino que es el principio arcaico del caos y de la destrucción.

Paralelamente, simboliza la muerte y el terror que el hombre suele sentir con respecto a la muerte; no sólo por el miedo a la pérdida material del cuerpo, sino por el hecho de dejar de existir, o, lo que sería aun peor, el terror al eterno sufrimiento en manos de monstruos o demonios.

No existe, de hecho, un arquetipo que se presente exclusivamente como el Demonio. Mayormente es la cara opuesta de otros como la del Héroe, el Padre, el Yo. Lo que sucedería en caso de no cumplirse o realizarse aquello por lo cual existen.

Marcados por la cultura cristiana, la imagen del Diablo vive de manera latente en el imaginario occidental. De hecho, no todas las culturas poseen su correspondiente. En muchas es el dios de la muerte el que haría las veces del demonio, pero es entendido, a su vez, como una entidad que no se encuentra en el lado opuesto del dios de la vida, ya que para que ésta exista es necesario primero destruirla.

La otra imagen correspondiente a este díptico es el Chamán. 

 

El verdadero chamán es inconfundible: modesto, equilibrado, jovial, comunicativo, armonioso y competente, dándole importancia al amor, el respeto y el optimismo. Sobre todo, el verdadero chamán está en paz.

[…] La tradición chamánica subraya especialmente la conexión del individuo con un contexto social que se va convirtiendo en el conjunto del mundo o «todas nuestras relaciones» en su sentido más amplio.[1]

 

Esto es lo que intento expresar con la imagen. La paz interior, pero, a la vez, la idea de serenidad y de autoconfianza, atributos o virtudes que generan en el otro el deseo de acercársele, de escucharlo, de seguirlo.

Existen muchos tipos de “chamanes” en la sociedad, algunos de ellos “falsos”.

La gente los sigue igualmente, acreditándolos, ya que encuentran en éstos aquellas palabras de “verdad” y de aliento que sus vidas necesita. Pero, por lo general, los Chamanes son personas realmente de bien, que buscan ayudar, que están dentro de ellos buscando sabiduría y, al mismo tiempo, proyectados hacia afuera dando consejo, discernimiento, sanidad.

 

El chamán hecho y derecho es una persona de poder que sabe controlar, dirigir y persuadir a otros miembros de la sociedad, y generalmente se halla en la cumbre de la jerarquía de poder. Su poder procede no sólo del conocimiento y la sabiduría adquiridos durante el aprendizaje y la iniciación, sino también de la confianza de la sociedad, de la legitimidad de su papel.[2]

 

Actualmente, los Chamanes ya no están en la cúspide de la jerarquía de poder. Tienen generalmente un perfil bajo, acorde a las virtudes que tanto atraen a los demás. Aún así, que los necesite y desee encontrarlos siempre puede acceder a ellos, ya que en nuestros tiempos el retirarse a un lugar de paz no quiere decir vivir en el desierto (literalmente) o en la cima de la más alta montaña.

Los medios de comunicación, como las redes sociales, ayudan en este sentido, y la gente logra encontrarse con ellos, beber de su sabiduría y testimoniar sobre sus enseñanzas y acciones.

La imagen que desarrollé plantea no sólo la paz, sino también el equilibrio, el despojo de lo mundano, la fluidez del conocimiento y la transparencia (simbolizados en el agua) y la pureza.

Aún así, el Chamán no necesariamente debe ser una persona única, exclusiva, “mágica”: Cada uno de nosotros puede atravesar la puerta chamánica para descubrir la propia verdad interior. Lo que traemos de vuelta sana e ilumina.[3]

 

[1] COLLINS, Jan Clanton. de la parte El chamán. En: DOWNING, Christine. ESPEJO DEL YO. Imágenes arquetípicas que dan forma a nuestras vidas. Barcelona: Kairós S.A. 1993.

[2] BEAN, Lowell John; BRAKKE VANE, Sylvia. Shamanism: an Introduction, Art of the Huichol Indians, ed. por Kathleen Berrin. San Francisco: FineArts Museum, 1978, p. 121.

[3] COLLINS, Jan Clanton. de la parte El chamán. En: DOWNING, Christine. ESPEJO DEL YO. Imágenes arquetípicas que dan forma a nuestras vidas. Barcelona: Kairós S.A. 1993.

 

 

LA BRUJA Y LA ABUELA

 

Este díptico intenta resumir en sí dos opuestos dentro del gran arquetipo de la Madre:

 

El arquetipo de la madre tiene, como todo arquetipo, una cantidad imprevisible de aspectos. Citando sólo algunas formas típicas tenemos: La madre y abuela personales; la madrastra y la suegra; cualquier mujer con la cual se está en relación, incluyendo también la niñera; el remoto antepasado femenino y la mujer blanca; en sentido figurado, más elevado, la diosa, especialmente la madre de Dios, la Virgen (como madre rejuvenecida, por ejemplo: Demeter y Ceres), Sophia (como madre-amante, a veces también del tipo Cibeles-Atis, o como hija [madre rejuvenecida]-amante); la meta del anhelo de salvación (Paraíso, reino de Dios, Jerusalén celestial); el sentido más amplio de la Iglesia, la Universidad, la ciudad, el país, el cielo, la tierra, el bosque, el mar y el estanque; la materia, el inframundo y la luna; en sentido más estricto, como sitio de nacimiento o de engendramiento: el campo, el jardín, el peñasco, la cueva, el árbol, el manantial, la fuente profunda, la pila bautismal, la flor como vasija (rosa y loto); como círculo mágico (mandara como padma) o como tipo de cornucopia; y en el sentido más estricto la matriz, toda forma hueca (por ejemplo, la tuerca); los yoni; el horno, la Bolsa; como animal, la vaca, la liebre y todo animal útil en general.

Todos estos símbolos pueden tener un sentido positivo, favorable o un sentido negativo, nefasto. Un aspecto ambivalente es la diosa del destino (parcas, graeas, normas); uno nefasto, la bruja, el dragón (todo animal que devora o envuelve sus víctimas en un abrazo, con grandes o la serpiente, la tumba, el sarcófago, la profundidad de las aguas, la muerte, el fantasma nocturno y el cuco (tipo Empusa, Lilith, etc.).

Esta enumeración no pretende de ningún modo ser completa; sólo señalan los rasgos esenciales del arquetipo de la madre. Las características de éste son: lo "materno", la autoridad mágica de lo femenino, la sabiduría y la altura espiritual que está más allá del entendimiento; lo bondadoso, protector, sustentado, dispensador de crecimiento, fertilidad y alimento; los sitios de la transformación mágica, del renacimiento; el impulso o instinto benéficos; lo secreto, lo oculto, lo sombrío, el abismo, el mundo de los muertos, lo que devora, seduce y envenena, lo que provoca miedo y no permite evasión.

[…] El arquetipo en sí forma parte de los más elevados valores del alma humana y ha poblado por ello todos los Olimpos de todas las religiones.[1]

 

De este modo, dos caras de la misma moneda.

En una se encuentra a la Bruja, la hacedora del mal, la que corrompe, envenena y mata. Aquella con la que los cuentos asustan a los niños, haciéndoles creer que se los comerán. El mismo recurso que los adultos utilizan con sus hijos. En la obra está presentada en un escenario doméstico, actualizada a la mujer de hoy, sin tantos barroquismos más que el de la composición realizada con la luz y la sombra.

Diametralmente opuesta, inmersa en claridad (de la luz y de los gestos), encontramos a la Abuela. Ante la realización de esta imagen me asaltaron muchas dudas y muchas experiencias personales. Mis abuelas fueron - y aunque ya no están, todavía lo son - importantísimas en mi vida. De ellas aprendí a imaginar, a fantasear, a inventar historias. Pero también aprendí a trabajar con las manos: a plantar, trabajar la tierra, cocinar, coser…

Pero la imagen que logra resumir es la abuela que cuenta historias. Porque es en esas historias que está la sabiduría, el conocimiento que, por la experiencia que tienen, transmiten, educan y forman.

Tan antiguos como los cuentos narrados, así de antigua es la sabiduría que tienen, sabiduría tal vez no de estudios y libros, sino la sabiduría de la vida. Y esto vuelve a ligarse estrechamente al arquetipo de la Madre: la dadora de vida.

 

[1] JUNG, Carl Gustav. ARQUETIPOS E INCONSCIENTE COLECTIVO. Barcelona: Paidós, 1970.

 

 

EL BURLADOR  Y LA VÍCTIMA

 

Con esta última obra intento jugar - de manera aun más forzada - con la ambivalencia en cada parte del díptico.

En primer lugar presento al Burlador:

 

Los burladores parecen encontrar salidas donde no las hay. Se ríen de las costumbres establecidas y nos proporcionan una nueva mirada transversal sobre la vida, mostrando que la realidad cotidiana suele ser demasiado barata, banal, cursi y burda. Semejantes visiones ponen patas arriba las convenciones vigentes, despertando a su paso sonrisas y carcajadas. Nos hacen experimentar un vivificante desafío al orden establecido, en un relámpago de intuición acerca de qué más podría ser posible. Sembrando metáforas de crecimiento, derrocan la aridez del sistema que asfixiaría la nueva vida.

[…] La clave del burlador/bufón: la imagen es la de poner cabeza abajo todas las respuestas habituales, acostumbradas y esperadas. Los burladores sustituyen la ordinariez cotidiana por un caos divino.

Los burladores no simplifican la vida humana sino que la vuelven más compleja. Desplegando una pluralidad de significados, rechazan la condensación en favor de la irrupción multidimensional en ámbitos más allá de nuestra experiencia, que sólo nos parecerían accesibles a los magos.

[…] Representa la creatividad desenfrenada de la cultura y la naturaleza, que rechaza el tresillo de oficina y las medias y tacones altos; a la vuelta de la esquina está la posibilidad del cambio y el crecimiento.[1]

 

Este personaje grotesco, al cual yo asocié con la imagen del dios romano Baco, muchas veces es asociado con lo negativo. El mismo dios Baco es tomado como el dios de los excesos, si bien, originariamente, era un dios agrario, de los cultivos, asociado a la bonanza de la tierra.

Particularmente, en la actualidad, la gente teme salirse de esquemas tradicionales, por más que la historia y la experiencia hayan ya dictaminado la caducidad y obsolescencia de la misma. Y aquellos que están fuera de esta organización social son temidos, reprobados, rechazados, marginados, pero también admirados y hasta envidiados.

Este doble sentido posee también la imagen de la Víctima, la cual la asocié con la del mendigo, aquel que es doblemente víctima: de su “destino” y de la sociedad.

 

La imagen de la víctima ha sido devaluada por la tan querida idea norteamericana de que las víctimas son sencillamente perdedores que no se esforzaron bastante para ganar.

[…] Las víctimas seculares se crean así a través de la proyección: quienes apoyan y mantienen los valores dominantes proyectan su propio miedo ante la impotencia, el desamparo, la debilidad y la vulnerabilidad sobre todo aquel que pueda ser victimizado. Y dado que nuestra cultura no exhibe una distribución equitativa del poder, hay más víctimas que agentes: habrá víctimas individuales como mujeres, gente de color, niños, animales, y colectivas como los negros, judíos, indios norteamericanos, lesbianas y gays, viejos, disminuidos, etcétera.

[…] La víctima «merece» lo que «obtiene». En términos New Age, la víctima «ha creado» su propia realidad.

[…] Es precisamente el horror, la vergüenza y la impotencia lo que despierta nuestra sensación de tragedia, nuestra empatía, nuestra indignación ante la injusticia, y a veces nuestro amor. Percibimos a la víctima como esa figura dentro de cada uno de nosotros que es débil, que sufre, que se siente injustamente acusada y no puede exigir justicia. La figura de la víctima personifica la paradoja de soportar un sufrimiento insoportable; tal vez por ello es capaz de conmovernos y despertar nuestra compasión, empatía, aflicción y amor.

[…] La experiencia de la figura de la víctima en nuestra propia psique nos hace conscientes de la capacidad humana para el sacrificio.[2]

 

 

[1] Doty, William G. de la parte El burlador. En: DOWNING, Christine. ESPEJO DEL YO. Imágenes arquetípicas que dan forma a nuestras vidas. Barcelona: Kairós S.A. 1993.

[2] COWAN, Lyn. de la parte La víctima. En: DOWNING, Christine. ESPEJO DEL YO. Imágenes arquetípicas que dan forma a nuestras vidas. Barcelona: Kairós S.A. 1993.

LA OBRA Y SU DISPOSITIVO

 

Mi tipo de imagen pictórica, tan figurativa y detallista, me parece la más adecuada y necesaria para llevar a cumplimiento este tema, no sólo porque se trata de retratos, sino por la necesidad de que el espectador, al ver las obras, se sienta implicado[1], sobre todo con las imágenes que dirigen su mirada hacia quién las observa, y segundo, que se pueda identificar con alguna de ellas, y he visto que son las fotografías o las obras plásticas con un alto grado de iconicidad las que ayudan a que esto suceda.

También por eso, la decisión de utilizar técnicas que me posibiliten un alto grado de detalle y de referencia con la realidad: la acuarela, por la posibilidad de esfumaturas dentro de los contrastes de luz y sombra, y el grafito, para darle definición a los pequeños detalles y para llevar la imagen a los valores más bajos que con la acuarela (tan sutil y transparente) no son fáciles de lograr.

Utilicé pocos colores y los que usé pertenecen a la esfera de lo simbólico, junto con las caracterizaciones de los personajes retratados:

 

Expresado en analogía con el espectro visible, esto querría decir que la imagen del impulso no se descubre en el extremo rojo de la escala de los colores sino en el violeta. La dinámica de los impulsos está en cierta medida en la parte infrarroja, pero imagen del impulso está en la ultravioleta. Si pensamos entonces en el bien conocido simbolismo de los colores, se ve, como ya hemos dicho, el rojo concuerda con el impulso. Pero de acuerdo con lo que sería de esperar, el azul se adecuaría más al espíritu de violeta. Este es el llamado color "místico", que traduce de modo satisfactorio el aspecto indudablemente "místico", o sea paradójico, del arquetipo. El reto está formado por el azul y rojo pese a que en el espectro es un color independiente. Al decir que el arquetipo está caracterizado exactamente con el violeta no hacemos por desgracia una mera consideración edificante: el arquetipo es justamente no sólo imagen en sí, sino el mismo tiempo "dynamis" que se manifiesta en la numinosidad y fuerza fascinadora de la imagen arquetípica.[2]

 

De esta manera, simbolicé aquello que está dentro de los “impulsos” tal vez más bajos o temidos con ROJO, y, en cambio, aquello que está más ligado a lo espiritual, altruista y bondadoso con AZÚL. Dejando que esta “dinámica” que se presenta entre las dos imágenes que conforman el díptico se sinteticen en la mirada e interpretación de quien las observa.

Sumado a los colores, decidí jugar también con la implicación real del espectador, sumando al dispositivo de la obra un espejo. En el cual se encontrará el reflejo de quién mira al lado de uno de los retratos de la obra.

 

 “El psicoanálisis conoce la identificación como la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra persona”.[3]

“[…] la identificación aspira a configurar el yo propio a semejanza del otro, tomado como ‘modelo’”.[4]

 

Pero, ¿por qué utilizar un espejo para lograr la identificación del espectador con las obras?

 

Basta para ello comprender el estadio del espejo como una identificación en el sentido pleno que el análisis da a éste término: a saber, la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen, cuya predestinación a este efecto de fase está suficientemente indicada por el uso, en la teoría, del término antiguo Imago.[5]

 

Entonces, los dispositivos que contienen cada uno de los dípticos poseen una puerta que permite ver solamente uno de los dos retratos contenidos en la obra. Sobre esta puerta, se ubica el espejo.

La puerta debe ser manipulada por el observador. Es él el que activa el dispositivo, permitiéndose acceder a la obra completa. Pero, a su vez, él mismo se “arriesga” al asomarse en el espejo y encontrándose con su propio reflejo a participar de la obra y crearla (o completarla), sumando su imagen y conformando un díptico.

El dispositivo en el que se encuentra cada obra está conformado por una caja de madera de alrededor de 1 metro por, aproximadamente, 0,7 metro. Cada una de ellas, que como ya expliqué, posee una puerta corrediza que es de la mitad exacta de la misma, en la que está adosado un pequeño espejo.

El color de las cajas es blanco, pero de ninguna manera quiso ser éste un color simbólico. Responde, meramente, a una necesidad práctica, la de lograr separar, contener y diferenciar las obras con el soporte donde se colgarán los dispositivos.

 

 

 

[1] STURGIS, Alexander; CLAYSON, Hollys. Entender la pintura. Análisis y explicación de los temas de las obras. Barcelona: BLUME, 2002. p. 142.  “El retrato de perfil […] ofrecía algunas ventajas, pero no proporcionaba la oportunidad de establecer una conexión psicológica entre el modelo y el espectador del cuadro. Esa conexión sólo es posible cuando el modelo es capaz de mirar al espectador, y a través de esa relación se transmite el carácter (y la posición) de aquél.”

[2] JUNG, Carl Gustav. ARQUETIPOS E INCONSCIENTE COLECTIVO. Barcelona: Paidós, 1970.

[3] FREUD, Sigmun. Psicología de las masas y análisis del yo. Vol. 18. Cap. VII.  Buenos Aires: AE, 1921. p. 99.

[4] Op. Cit. p. 100.

[5] LACAN, Jacques. “El Estadio del espejo” en Escritos I. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 1946

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